
Cientos de nubes negras cargadas de una tempestuosa y violenta lluvia se ciernen sobre mi cabeza, en mi cuerpo solo está viva las deprimente sensacion de la tierra mojada y graniza que lastima mis manos y mis rodillas, lágrimas se mezclan con agua mientras un gemido desconsolado empieza a desgarrar mi pecho como dando a luz el mas terrible de los tormentos, escucho el crujir de los huesos que destruyen lentamente las coyundas de mi alma, el corazón y la razón han sido separados, me encuentro finalmente derrotado.
La caída, desastrosa, las álas de Ícaro me permitieron volar bajo, mientras disfrutaba del viento en mi cara que hacia volar mi mente y engrandecía mis sueños. Me aventuré a subir cada vez mas alto, mi destino era el sol, aumenté la velocidad mientras me dirigía hacia el espejismo de la victoria, mucho tiempo tardé en comprender que no era un ángel, tan solo un simple humano que pretendia ser uno llevado por un par de alas de fantasía.
La culpa, tu mirada; la incitadora, tu sonrisa; la esperanza, tu voz; mi destino, tu corazón; el fuego mortal, la indiferencia; el arma asesina; la distancia. Juré, juré sobre la tumba del amante derrotado que jamás caería otra vez, que arrancaría para siempre de mi boca el falso sabor del amor terreno, que nunca mas mientras viviera volvería a enamorarme.
Pero llegaste tú, y desde ese momento supe que estaba perdido otra vez. Mi cuerpo no obedeció, el espíritu necio se construyo un par de nuevas alas de los despojos de aquellas que una vez me hicieron morir, mi corazón estaba al mando de todo y te amaba gimiendo, y te amaba llorando lágrimas de sangre agradeciendo estar vivo de nuevo mientras me dirigía como un poseído, incapaz de controlarme, ya no siendo dueño de mi mismo, al aterrador abismo del amor hasta la muerte.
No me queda nada, sigo de rodillas y mi mente está en blanco porque he abandonado toda esperanza, pero recuerdo tu voz, esa voz que no miente y que es capaz de llamar al viento de la vida con un sólo susurro. Llega a mi boca una plegaría, un gríto desesperado, una súplica incoherente pidiendo que me rescates; sálvame, sálvame tu que has visto el rostro de Dios, sálvame tu que bajaste del cielo para caminar conmigo, sálvame de la angustia de la muerte, de la angustia de un mundo sin amor, sálvame y elévame hasta el trono celeste en tus alas, da vida a mi vida y color a mis sueños.
Y mientras me ves a los ojos, yo te tomo con fuerzas de la mano, acercándome a tu luz para hacer presente mi aspecto, moribundo y derrotado te pregunto,
¿Me salvarás?
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